Una niña entró al establo donde habían pasado la noche sus cerdos. Cuando entró el olor era indescriptible: ácido y húmedo; un hedor que la hizo vomitar. Salió hacia afuera para respirar aire puro, abrió la puerta y las ventanas para que corriera el aire. Limpió los restos de comida y excrementos de los animales. Sacó restos de paja mojada. Pasado un rato, comenzó a amanecer y la luz del sol entró a raudales dentro de la estancia. El aire ventiló la habitación y secó la humedad. Los animales salieron al exterior a caminar y la estancia quedó limpia y llena de luz. Satisfecha la niña miró al cielo: “Gracias”, dijo cuando sintió la paz del orden y la limpieza.
Cuida igual tu corazón:
‘Limpia la estancia del dolor estancado y de heridas; abre las ventanas con la fuerza del perdón y deja que el amor impregne tu vida’
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