La higuera y las orugas

La higuera y las orugas

En la cima de una montaña crecían dos higueras cercanas. Una de ellas tenía ramas fuertes y  frondosas. Por el contrario la otra lucía unas hojas paliduchas y sobre sus brazos delgados vivía una familia de orugas que le daban consejos:

—No permitas que los pájaros se posen sobre ti porque te harán daño. Agita las ramas cuando se acerquen.

—De acuerdo amiga oruga, gracias por advertirme.

—Si luces erguida y esplendorosa podrían venir a podarte y te harán daño. Mejor permanece encorvada.

—Oh, ¡qué miedo! Así lo haré.

Debido a todos estos comentarios la higuera asustada se agitaba sin parar y su tronco comenzó a doblarse. La angustia que le ocasionaba ver a los pájaros acercarse, le impedía alimentarse bien a través de las raíces.

Sin embargo, a la otra higuera de ramas fuertes le encantaba que comieran sus jugosos higos mientras escuchaba a los polluelos de piar. Al amanecer abría sus ramas al cielo para recibir la luz del sol y desde lo lejos, los caminantes escuchaban el jolgorio de los pajarillos que anidaban en ella.

Un día la higuera más delgada, le preguntó a la otra al verla tan sonriente:

—Dime compañera, ¿cómo estás tan hermosa y alegre a pesar de tener pájaros que te atacan?

—Porque tenemos un trato, ellos me cuidan y yo a ellos.

—¿Cómo? ¡Pero si ellos vienen a  picar tus ramas!

—Todo lo contrario, me acompañan y me quitan el peso de los frutos maduros. Además sólo se posan en ellas para anidar y disfruto con sus canciones.

La higuera desconfió de lo que le decía, ya que las orugas le había advertido que le harían daño.

Pasado un tiempo y cansada de sentirse triste le volvió a preguntar:

—¿Por qué  mis frutos son pequeños?

—Porque no te permites crecer como la higuera que eres.

—Claro que sí, yo me cuido mucho y además, sigo los consejos de las orugas.

—Pues si no eres fuerte, frondosa y feliz con lo que haces, quizás no son buenos consejos para ti.

—¿Eso crees? ¡Ellas viven en mis ramas!

—Claro, ese es el problema. Si permites que los pájaros se posen para comer tus frutos y hacer sus nidos, también se comerán a las orugas.  

—¡Oh! No lo había pensado.

—No creas todo lo que te dicen, sobre todo si no te sientes feliz. ¡Haz la prueba!

A partir de aquel día, decidió dejar de escuchar los consejos de las orugas y abrió sus ramas a los pájaros. Las orugas huyeron y comprobó por sí misma, que el miedo le impidió ser feliz. Creció fuerte y hermosa como su amiga rodeada de pájaros que se convirtieron en sus mejores amigos.

Imagen de fififum en Pixabay

Inma Trujillo
itrupe@hotmail.com
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