02 Jul Los espejos de Alicia
Entre las calles de un pueblecito blanco, una joven campesina llamada Alicia, caminaba con su canasto de fruta en el brazo. Iba a venderla en el puesto que su madre tenía en el mercado años atrás antes de enfermar. Ahora lo regentaba María, una amiga de la familia con la que habían acordado que cuando se hiciera mayor compartirían el puesto. Algunos habitantes del lugar, la seguían con la mirada porque se había convertido en una mujercita preciosa y radiante. Cuando llegó al mercado su primer día se sintió muy contenta. Se había puesto su mejor vestido y había adornado su pelo con guirnaldas de flores. Junto a María vendería las frutas con su mejor sonrisa, tal y como su madre le había dicho. Además se ofrecería para ayudar a las demás compañeras de otros puestos.
Con esa intención llegó, pero la miraron con recelo y comenzaron a hablar entre ellas:
-¡Mírala como viene! ¡Se cree que va a vender toda su fruta por ponerse guirnaldas en el pelo!
-¡Se hace la simpática! Ya verás cómo es capaz de quitarnos los clientes.
Pasado un tiempo comenzaron a hacerle reproches:
-¿Esa es la fruta que traes para vender? ¡No la querrá nadie!
-¿Pero qué ropa te has puesto hoy? ¡Estos vestidos no sirven para trabajar! ¡Hay que venir con delantales y el pelo recogido si quieres ser una frutera como nosotras!
Alicia comenzó a sentirse insegura y quiso cambiar para ser como las demás ya que tenían más experiencia. Su compañera María, con la que compartía el puesto. Le dijo:
-¡Desde que has llegado, vendo menos fruta!
Y ella le cedió la mejor parte del puesto. La gente a las que le vendía, al ver su fruta detrás de la de María, pensaban que era de peor calidad y dejaron de comprársela.
Alicia en su casa por la tarde, intentaba rectificar todo lo que hacía mal y planeaba: «Tendré que probar con otros abonos diferentes para recolectar mejores verduras y frutas; compraré más delantales y pantalones; mi pelo lo recogeré con pañuelos para parecer mejor frutera».
Transcurrido un largo tiempo, una mañana que iba hacia el mercado, tropezó por el camino y toda la verdura y la fruta se desparramó por el suelo. Se puso de rodillas para recogerla y rompió a llorar:
—¿Qué te pasa, preciosa niña? Le preguntó una señora anciana a la que nunca había visto.
-Pues que ya no vendo mi fruta, y ahora se me ha manchado con el polvo del camino.
—¡No te preocupes! Tu fruta es maravillosa — le dijo cogiendo una manzana del suelo —. Y si la vendes, con tu mejor sonrisa, aún lo será más.
—¿Yo? Pero si no sé vender, me va muy mal. ¡No he sabido ser buena frutera!
—¿Pero qué me dices, querida niña? No creo en nada de lo que dices. Has perdido la confianza en ti. — Y la anciana sacó de su cesto tres espejos diferentes.
—¿Quieres ver lo que te ocurre?
—Sí.
—Anda levántete y siéntate en este banco conmigo, que voy a ayudarte. Te voy a mostrar tres espejos. En ellos verás unas imágenes, pero en lugar de ver tu reflejo, verás cómo los demás te ven a ti: uno te mostrará el pasado, otro el presente y otro el futuro.
—Y me deberás de decir, qué sientes con lo que ves. ¿Estás de acuerdo?
—Si— dijo Alicia.
—Toma, el primero mostrará tu pasado
Las imágenes eran de hacía dos años, cuando llegó los primeros días a su puesto del mercado. Estaba sonriente, y su pelo lucía brillante, con la guirnalda de flores que le gustaba ponerse. Llevaba el vestido verde como el color de sus ojos, que le regaló su madre poco antes de morir, y se ajustaba como un guante a su cuerpo. Las compañeras la miraban al pasar con admiración, estaba guapísima y su rostro transmitía alegría.
—¿Qué sientes?
—Siento paz.
—Coge el siguiente espejo.
El segundo espejo del presente, se encendió y le mostró el día anterior. Llegó temprano al puesto: su ropa era gris y tapaba su cuerpo; llevaba el pelo recogido en un pañuelo y caminaba encorvada con la mirada al suelo, huidiza para evitar que se fijaran en ella y le hicieran más comentarios de lo mal que iba. Vio a María permanecer callada frente a las burlas que las demás hacían de ella: «¡Mira como viene! ¡Está tan delgada que lo que se pone, le sienta fatal! ¡Qué niña tan patética, no vende ni una manzana y quiere ser frutera!»
—¿Qué sientes?
—Siento mucho dolor y rabia.
—Y por último, coge el espejo del futuro — A diferencia de los otros dos, no le mostró nada.
—No hay nada – dijo Alicia.
—Claro, aun no has creado el futuro.
—¿Yo debo crear el futuro?
—Sí, tú.
—El espejo del futuro será el resultado de cómo hoy vivas.
—¿Lo que haga hoy, será mi futuro?
—Claro, tú eliges qué quieres ver en él: sino eliges tu presente, los demás elegirán por ti. ¿Quieres darle a los demás el poder de elegir tu futuro?
—No.
—¿Qué sientes ahora?
—Poder y libertad. Gracias señora, me ha ayudado mucho. He comprendido lo que debo hacer.
Alicia agradecida se despidió de la anciana. Volvió a su casa: tiró los pantalones y pañuelos, se puso su mejor vestido y llenó su pelo de flores. Volvió al mercado sin importarle las miradas de las demás; colocó la fruta en el lugar que le correspondía, y recordó la frase que le dijo su madre:
“Con cada cosa que hagas, regala lo mejor de ti”
Jise Antonio Ruano
Posted at 06:29h, 03 julioPrecioso, el futuro lo vamos creando con nuestro presente, sigamos a nuestro corazón
Inma Trujillo
Posted at 06:37h, 03 julioAsí es, hagámonos conscientes de que somos responsables de cada decisión condicionada por las circunstancias, aunque no nos demos cuenta. Gracias
Veronica Roca Ortiz
Posted at 07:18h, 03 julioMuy bonito y totalmente cierto. Me ha encantado
Inma Trujillo
Posted at 08:40h, 03 julioGracias. Un abrazo
Rocío
Posted at 09:35h, 03 julioPreciosa reflexión sobre la responsabilidad que tenemos en la construcción de nuestra vida. Gracias por compartir. Un beso.
Antonio
Posted at 12:44h, 06 julioPrecioso cuento, y el consejo final también.
“Con cada cosa que hagas, regala lo mejor de ti”